Esta es la pregunta que ha iluminado nuestra experiencia en el curso sobre vida, fe y razón. Se puede decir que la fe es un don, regalo de Dios a los hombres, sin distinción de clase, raza o región. Sin embargo, nos podemos preguntar: ¿Cómo es que la fe siendo un don, es acogida por unos y rechazada por otros?
La respuesta a esta inquietud se establece desde la libertad, que tiene de todo ser humano, para actuar y decidir sobre su vida. Hay un aspecto que es importante, a pesar de que el hombre le de la espalda a Dios, Él nunca se la dará, su misericordia siempre estará aguardando la conversión del ser humano.
Además, de lo anterior la fe es la respuesta a una llamada personal de Dios, que le invita a ser su hijo muy amado. Quiero decir que la fe está en todos los corazones, y se deja ver en aquellos que están dispuestos a dejarse conquistar por el Señor, a los quieran confiarse totalmente en las manos de Dios, para que el actúe en la vida y los que en su libertad no se acojan a su amor, la gracia del Señor estará siempre aguardando su regreso.
martes, 5 de noviembre de 2013
martes, 1 de octubre de 2013
LA FE NO GRITA
"La fe no grita", con esta frase inicia el filósofo francés Jean Luc Marion un apartado titulado "El último rigor" de su libro "Dios sin el ser".
Pero, qué nos quiere decir esta pequeña frase; podemos encontrar algunas características importantes que el autor irá a desarrollar:
1. Para Marion la fe hace parte de un fenómeno saturado, es decir, como aquello que se presenta en la vida de la persona de una manera sublime, este parámetro el hombre no logra abarcarlo, ni englobarlo en un concepto y por tanto no definible con las palabras de nuestro lenguaje.
2. Además de la característica de la fe como fenómeno saturado, es también necesario añadir otra cualidad a la fe; ella nada tiene que ver con el discurso, ya que la fe ni dice ni enuncia, sino que cree y no tiene otro fin que no sea creer (Marion 249). Aquí vemos, como la fe se da a conocer en la vida del hombre, sin hacer bullicio, ni alardes de su grandeza, sin ufanarse estrepitosamente de sí.
Con todo lo anterior, considero que la fe, llega al corazón libre del hombre en total libertad, éste responderá desde el lenguaje de la confianza y del amor, que no se apoya tanto en palabras sino en la experiencia personal de dejarse encontrar y sostener por Dios.
Pero, qué nos quiere decir esta pequeña frase; podemos encontrar algunas características importantes que el autor irá a desarrollar:
1. Para Marion la fe hace parte de un fenómeno saturado, es decir, como aquello que se presenta en la vida de la persona de una manera sublime, este parámetro el hombre no logra abarcarlo, ni englobarlo en un concepto y por tanto no definible con las palabras de nuestro lenguaje.
2. Además de la característica de la fe como fenómeno saturado, es también necesario añadir otra cualidad a la fe; ella nada tiene que ver con el discurso, ya que la fe ni dice ni enuncia, sino que cree y no tiene otro fin que no sea creer (Marion 249). Aquí vemos, como la fe se da a conocer en la vida del hombre, sin hacer bullicio, ni alardes de su grandeza, sin ufanarse estrepitosamente de sí.
Con todo lo anterior, considero que la fe, llega al corazón libre del hombre en total libertad, éste responderá desde el lenguaje de la confianza y del amor, que no se apoya tanto en palabras sino en la experiencia personal de dejarse encontrar y sostener por Dios.
sábado, 14 de septiembre de 2013
LA LUZ DE LA FE
Una de las apuestas del papa Francisco con Lumen Fidei es suscitar en el corazón de los cristianos un despertar en la fe que profesamos, lo dice bien claro en esta encíclica "quien cree ve, ve con una luz que ilumina todo el trayecto del camino" (LF 1). Por tanto, nosotros estamos llamados a ser luz en el mundo de hoy, pero para hacerlo debemos clarificar algunos elementos que no son fe; como:
1. La fe no es algo mágico, fortuito, casual.
2. La fe no es una herramienta de manipulación de las personas.
3. La fe no es un recetario de fórmulas morales.
5. La fe no es creer en algo abstracto.
6. La fe no es mero sentimentalismo.
7. La fe no es exclusiva para ciertas personas.
Te invito a que realices un comentario personal sobre lo que no es fe y cómo esta ha influido en tu vida.
1. La fe no es algo mágico, fortuito, casual.
2. La fe no es una herramienta de manipulación de las personas.
3. La fe no es un recetario de fórmulas morales.
5. La fe no es creer en algo abstracto.
6. La fe no es mero sentimentalismo.
7. La fe no es exclusiva para ciertas personas.
Te invito a que realices un comentario personal sobre lo que no es fe y cómo esta ha influido en tu vida.
miércoles, 11 de septiembre de 2013
martes, 3 de septiembre de 2013
CUENTO "LA DICHA DE HANS"
LA DICHA DE HANS
(HERMANOS GRIMM)
Juan había servido
siete años a su amo, y le dijo:
-
Mi amo, he terminado mi tiempo, y quisiera volverme a casa, con mi madre.
Pagadme mi soldada.
Respondióle
el amo:
-
Me has servido fiel y honradamente; el premio estará a la altura del servicio -
y le dio un pedazo de oro tan grande como la cabeza de Juan. Sacó éste su
pañuelo del bolsillo, envolvió en él el oro y, cargándoselo al hombro,
emprendió el camino de su casa.
Mientras
andaba, vio a un hombre montado a caballo, que avanzaba alegremente a un trote
ligero.- ¡Ay! - exclamó Juan en alta voz -, ¡qué cosa más hermosa es ir a
caballo! Va uno como sentado en una silla, no tropieza contra las piedras ni se
estropea las botas, y adelanta sin darse cuenta.Oyólo el jinete y, deteniendo
el caballo, le dijo:
-
Oye, Juan, ¿por qué vas a pie?
-
¡Qué remedio me queda! - respondió el mozo -. He de llevar este terrón a casa;
cierto que es de oro, pero no me deja ir con la cabeza derecha, y me pesa en el
hombro.
-
¿Sabes qué? - díjole el caballero -. Vamos a cambiar; yo te doy el caballo, y
tú me das tu terrón.
-
¡De mil amores! - exclamó Juan -. Pero tendréis que llevarlo a cuestas, os lo
advierto.Apeóse el jinete, cogió el oro y, ayudando a Juan a montar, púsole las
riendas en la mano y le dijo:
-
Si quieres que corra, no tienes sino chasquear la lengua y gritar «¡hop,
hop!».Juan no cabía en sí de contento al verse encaramado en su caballo,
trotando tan libre y holgadamente. Al cabo de un ratito ocurriósele que podía
acelerar la marcha, y se puso a chasquear la lengua y gritar «¡hop, hop!». El
caballo empezó a trotar, y antes de que Juan pudiera darse cuenta, había sido
despedido de la montura y se encontraba tendido en la zanja que separaba los
campos de la carretera.
El
caballo se habría escapado, de no haberlo detenido un campesino que acertaba a
pasar por allí conduciendo una vaca. Juan se incorporó como pudo, se sacudió y,
muy mohíno, dijo al labrador:
-
Esto del montar tiene bromas muy pesadas, sobre todo con un jamelgo como éste,
que te echa por la borda con peligro de romperte la crisma. Por nada del mundo
volveré a montarlo. Vuestra vaca sí que es buen animal; uno puede caminar
tranquilamente detrás de ella, y, además, te da leche, mantequilla y queso cada
día. ¡Qué no daría yo por tener una vaca así!- Pues bien - respondió el
campesino -, si tanto te gusta, estoy dispuesto a cambiártela por el caballo. Juan
aceptó encantado el trato, y el labriego, subiendo a su montura, se alejó a
toda prisa. Entretanto, Juan, guiando su vaca, ponderaba el buen negocio que
acababa de realizar: «Si tengo un pedazo de pan, y mucho será que llegue a
faltarme, podré siempre acompañarlo de mantequilla y queso; y cuando tenga sed,
ordeñaré la vaca y beberé leche. ¿Qué más puedes apetecer, corazón mío?». Hizo
alto en la primera hospedería que encontró, y se comió alegremente las
provisiones que le quedaban, rociándolas con medio vaso de cerveza, que pagó
con los pocos cuartos que llevaba en el bolsillo. Luego prosiguió su ruta,
conduciendo la vaca, hacia el pueblo de su madre. Se acercaba el mediodía; el
calor hacíase sofocante, y Juan se encontró en un erial que no se podía pasar
en menos de una hora. Tan intenso era el bochorno, que de sed se le pegaba la
lengua al paladar. «Esto tiene remedio - pensó Juan -; ordeñaré la vaca, y la
leche me refrescará».Atóla al tronco seco de un árbol, y, como no tenía ningún
cubo, puso su gorra de cuero para recoger la leche; pero por más que se esforzó
no pudo hacer salir ni una gota. Y como lo hacía con tanta torpeza, el animal,
impacientándose al fin, pególe en la cabeza una patada tal que lo tiró rodando
por el suelo y lo dejó un rato sin sentido.
Por
fortuna acertó a pasar por allí un carnicero, que transportaba un cerdo joven
en un carretón.
-
¡Vaya bromitas! - exclamó, ayudando a Juan a levantarse. Explicóle éste su
percance, y el otro, alargándole su bota, le dijo:
-
Bebe un trago para reponerte. Esta vaca seguramente no dará leche, pues es
vieja; a lo sumo, servirá para tirar de una carreta o para ir al matadero.
-
¡Ésa sí que es buena! - exclamó Juan, tirándose de los pelos -. ¿Quién iba a
pensarlo? Para uno que estuviera en su casa, no vendría mal matar un animal
así, con la cantidad de carne que tiene. Pero a mí no me dice gran cosa la
carne de vaca; la encuentro insípida. Un buen cerdo como el vuestro es otra
cosa. ¡Esto sí que sabe bien, y, además, las salchichas!
-
Oye, Juan - dijo el carnicero -; estoy dispuesto, para hacerte un favor, a
cambiarte el cerdo por la vaca.
-
Dios os premie vuestra bondad - respondió Juan, y, entregándole la vaca, el
otro descargó del carretón el cochino, y le puso en la mano la cuerda que lo
ataba. Siguió Juan andando, contentísimo por lo bien que se iban colmando sus
deseos; apenas le salía torcida una cosa, en un santiamén le quedaba
enderezada.
Más
adelante se le juntó un muchacho que llevaba bajo el brazo una hermosa oca
blanca. Después de darse los buenos días, Juan se puso a contar al otro la
suerte que había tenido y lo afortunado que había estado en sus cambios
sucesivos. El chico le dio cuenta, a su vez, de que llevaba la oca para una
comida de bautizo.
-
Sopésala - prosiguió, sosteniéndola por las alas -; mira lo hermosa que está;
la estuvimos cebando durante ocho semanas. Al que coma de este asado le
chorreará la grasa por ambos lados de la boca.
-
Sí - dijo Juan, sopesando el animal con una mano -, tiene su peso; pero tampoco
mi cerdo es grano de anís. Entretanto, el muchacho, que no cesaba de mirar a
todas partes, con aire preocupado, dijo:
-
Óyeme, mucho me temo que con tu cerdo las cosas no estén como Dios manda. En el
último pueblo por el que he pasado acababan de robar un cerdo del establo del
alcalde; y no me extrañaría que fuese el que tú llevas. Han despachado gente en
su busca, y mal negocio harías si te atrapasen con él; por contento podrías
darte si te saliese una temporada a la sombra. El buenazo de Juan sintió miedo:
-
¡Dios mío! - exclamó, y, dirigiéndose al muchacho, le dijo:- Sácame de este apuro;
tú sabes más que yo de todo esto. Quédate con el cerdo, y dame, en cambio, la
oca.
-
Mucho es el riesgo que corro - respondió el mozo, pero no puedo permitir que te
ocurra una desgracia por mi culpa. Y, asiendo de la cuerda, alejóse rápidamente
con el cerdo, por un estrecho camino, mientras Juan, libre ya de angustia,
seguía hacia su pueblo con la oca debajo del brazo. «Si bien lo pienso - iba
diciéndose -, salgo ganando en el cambio. En primer lugar, el rico asado;
luego, con la cantidad de grasa que saldrá, tendremos manteca para tres meses;
y, finalmente, con esta hermosa pluma blanca me haré rellenar una almohada, en
la que dormiré como un príncipe. ¡No se pondrá poco contenta mi madre!».
Al
pasar por el último pueblo topóse con un afilador que iba con su torno y,
haciendo rechinar la rueda, cantaba:«Afilo tijeras con gran ligereza; donde
sopla el viento, allá voy sin pereza».Quedóse Juan parado contemplándolo; al
cabo, se le acercó y le dijo:
-
Os deben de ir muy bien las cosas, pues estáis muy contento mientras le dais a
la rueda.
-
Sí - respondióle el afilador -, este oficio tiene un fondo de oro. Un buen
afilador, siempre que se mete la mano en el bolsillo la saca con dinero. Pero,
¿dónde has comprado esa hermosa oca?
-
No la compré, sino que la cambié por un cerdo.
-
¿Y el cerdo?
-
Di una vaca por él.
-
¿Y la vaca?
-
Me la dieron a cambio de un caballo.
-
¿Y el caballo?
-
¡Oh!, el caballo lo compré por un trozo de oro tan grande como mi cabeza.
-
¿Y el oro?
-
Pues era mi salario de siete años.
-
Pues ya te digo yo que has sabido salir ganando con cada cambio - dijo el
afilador -. Ya sólo te falta hallar la manera de que cada día, al levantarte,
oigas sonar el dinero en el bolsillo, y tu fortuna será completa.
-
¿Y cómo se logra eso? - preguntó Juan.
-
Pues haciéndote afilador, como yo; para lo cual, en realidad, no se necesita
más que tener un mollejón; lo otro viene por sí mismo. Yo tengo uno que, a la
verdad, está algo averiado, pero, vaya, me avendría a cedértelo a cambio de la
oca. ¿Qué dices a esto?
-
¿Y me lo preguntáis? - respondió Juan -. Haríais de mí el hombre más feliz de
la tierra. Teniendo dinero cada vez que meta la mano en el bolsillo, ¿de qué
habré de preocuparme ya? - y, tendiéndole la oca, se quedó con el mollejón. El
afilador, cogiendo del suelo un guijarro muy pesado, le dijo:
-
Además, te doy esta buena piedra; podrás golpear sobre ella para enderezar los
clavos viejos y torcidos. Llévatela y guárdala cuidadosamente. Cargó Juan con
la piedra, y reemprendió su camino con el corazón rebosante de alegría: «¡bien
se ve que he nacido con buena estrella! - exclamó -, pues veo colmados todos
mis deseos, como si tuviese el don de la adivinación.
Entretanto, empezó a sentirse
fatigado, pues venía andando desde la madrugada; además, lo acuciaba el hambre,
ya que en su momento de optimismo, cuando el negocio de la vaca, había
liquidado todas sus provisiones. Finalmente, ya no pudo avanzar sino con enorme
esfuerzo, deteniéndose a cada momento; sin contar que las piedras le pesaban lo
suyo. No podía alejar de sí el pensamiento de lo agradable que habría sido para
él no tener que llevarlas. Avanzando como un caracol, arrastróse hasta una
fuente, con la idea de descansar junto a ella y beber un buen trago de agua
fresca. Para no estropear las piedras al sentarse, las puso cuidadosamente
sobre el borde; luego, al agacharse para beber, hizo un falso movimiento y,
¡plum!, las dos piedras se cayeron al fondo. Juan, al ver que se hundían en el
agua, pegó un brinco de alegría y, arrodillándose, dio gracias a Dios, con
lágrimas en los ojos, por haberle concedido aquella última gracia, y haberlo
librado de un modo tan sencillo, sin remordimiento para él, de las dos pesadísimas
piedras que tanto le estorbaban.- ¡En el mundo entero no hay un hombre más
afortunado que yo! - exclamó entusiasmado. Y con el corazón ligero, y libre de
toda carga, reemprendió la ruta, no parando ya hasta llegar a casa de su madre.
FIN
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